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Roleplay / Historia de janna cherry ( antiguamente llamada rosarita)
« on: Noviembre 05, 2024, 01:44:58 pm »
Rosarita tenía 21 años y una maleta llena de sueños rotos y promesas vacías. La vida le había enseñado a luchar desde pequeña, pero su espíritu joven nunca se había rendido, a pesar de las constantes peleas en su hogar. Nació en un pequeño pueblo donde los problemas familiares eran tan comunes como las lluvias de verano. Su madre y su padre no se entendían, y ella, la hija en medio de todo, se había convertido en el terreno de batalla.
Después de una de las disputas más fuertes que jamás había presenciado, Rosarita decidió que era el momento de irse. Necesitaba un cambio, un lugar donde pudiera encontrar paz, o al menos un nuevo comienzo. Fue entonces cuando escuchó por primera vez sobre San Andreas, una ciudad tan caótica como prometedora, pero llena de oportunidades para aquellos que no temían ensuciarse las manos.
A su llegada, la ciudad la recibió con sus luces brillantes, sus calles ruidosas y ese aire de desorden controlado que parecía definirlo todo. San Andreas no era el tipo de ciudad en la que uno se pierde; más bien, era un lugar donde, si no tenías cuidado, la ciudad misma te devoraba. Pero Rosarita no tenía miedo. Al contrario, sentía que finalmente había encontrado el sitio donde podría empezar de nuevo.
Las primeras semanas fueron difíciles. Se alojó en una pensión barata en el barrio de Ganton, cerca del centro, un lugar donde las sirenas eran casi tan comunes como los autos pasando a toda velocidad. Aun así, la vida era vibrante, siempre llena de gente: vendedores ambulantes, turistas, artistas, y aquellos que, como ella, buscaban escapar de algo. Encontró trabajo en una pequeña tienda de ropa, donde conoció a gente de todas partes, desde el simpático Marcos, el vendedor de la tienda de al lado, hasta Clara, una mujer que había llegado desde el norte en busca de una vida mejor.
Pero San Andreas tenía algo que la atraía más allá de sus luces y promesas. Había algo en su caos que reflejaba la batalla interna que Rosarita vivía todos los días. La ciudad no juzgaba; la ciudad simplemente existía. Y eso le daba una sensación de libertad, aunque fuera una libertad agridulce.
Una noche, mientras caminaba hacia su trabajo, Rosarita vio a un hombre extraño en una esquina. Estaba vestido con un traje oscuro y parecía esperar a alguien. Sin pensarlo, cruzó al otro lado de la calle, pero el hombre la vio y, como si supiera que tenía algo que ofrecer, la detuvo.
—¿Rosarita, verdad? —le dijo con una sonrisa misteriosa.
El corazón de Rosarita dio un vuelco. Nunca había visto a ese hombre en su vida.
—¿Quién eres? —preguntó, con la guardia arriba.
—Alguien que te está esperando, por si algún día decides que este no es el lugar para ti.
El hombre, que se presentó como Javier, le ofreció una oportunidad que Rosarita jamás habría imaginado. Un trabajo en el que usaría sus habilidades para algo más grande que las horas en la tienda. Javier estaba conectado con círculos de la ciudad que controlaban el flujo de información y la influencia. San Andreas era un mundo de oportunidades, sí, pero también de peligros.
Rosarita pasó semanas pensando en esa oferta. ¿Qué tipo de persona se convertía en alguien como Javier? ¿Qué tipo de persona se adentraba en ese tipo de vida? Pero la verdad era que, al igual que la ciudad, ella también tenía un lado oscuro que nunca había permitido salir. Quizás, San Andreas era el lugar donde finalmente podría ser quien realmente era.
Una tarde, mientras caminaba por Grove Street, el famoso barrio de los Ballas, fue testigo de una confrontación entre pandillas. La violencia estaba en todas partes, y por un momento, Rosarita recordó la furia en su hogar, las discusiones interminables, los gritos… y se dio cuenta de que tal vez San Andreas no era tan diferente de su vida pasada. Quizás solo necesitaba aprender a jugar el juego, a manejar las reglas de este nuevo mundo.
En los siguientes meses, Rosarita se adentró más en la vida de la ciudad. Con el tiempo, comenzó a ganar respeto entre los que conocía, no solo por su habilidad para adaptarse, sino también por su inteligencia. No era una persona que simplemente reaccionaba a lo que pasaba; Rosarita pensaba antes de actuar, algo que la diferenciaba de muchos en San Andreas.
Aunque nunca olvidó su origen, ni las cicatrices de las peleas familiares que la llevaron hasta allí, San Andreas la transformó en alguien más fuerte. Ya no era la chica tímida que huía de los problemas, sino una mujer que, aunque marcada por su pasado, había encontrado una manera de navegar por el caos con una determinación renovada.
Así, mientras las luces de la ciudad brillaban en la distancia y el ruido de los autos y las sirenas llenaban la noche, Rosarita caminaba por las calles de San Andreas sabiendo que este lugar, para bien o para mal, había dejado de ser solo un refugio: era su nuevo hogar.
Después de una de las disputas más fuertes que jamás había presenciado, Rosarita decidió que era el momento de irse. Necesitaba un cambio, un lugar donde pudiera encontrar paz, o al menos un nuevo comienzo. Fue entonces cuando escuchó por primera vez sobre San Andreas, una ciudad tan caótica como prometedora, pero llena de oportunidades para aquellos que no temían ensuciarse las manos.
A su llegada, la ciudad la recibió con sus luces brillantes, sus calles ruidosas y ese aire de desorden controlado que parecía definirlo todo. San Andreas no era el tipo de ciudad en la que uno se pierde; más bien, era un lugar donde, si no tenías cuidado, la ciudad misma te devoraba. Pero Rosarita no tenía miedo. Al contrario, sentía que finalmente había encontrado el sitio donde podría empezar de nuevo.
Las primeras semanas fueron difíciles. Se alojó en una pensión barata en el barrio de Ganton, cerca del centro, un lugar donde las sirenas eran casi tan comunes como los autos pasando a toda velocidad. Aun así, la vida era vibrante, siempre llena de gente: vendedores ambulantes, turistas, artistas, y aquellos que, como ella, buscaban escapar de algo. Encontró trabajo en una pequeña tienda de ropa, donde conoció a gente de todas partes, desde el simpático Marcos, el vendedor de la tienda de al lado, hasta Clara, una mujer que había llegado desde el norte en busca de una vida mejor.
Pero San Andreas tenía algo que la atraía más allá de sus luces y promesas. Había algo en su caos que reflejaba la batalla interna que Rosarita vivía todos los días. La ciudad no juzgaba; la ciudad simplemente existía. Y eso le daba una sensación de libertad, aunque fuera una libertad agridulce.
Una noche, mientras caminaba hacia su trabajo, Rosarita vio a un hombre extraño en una esquina. Estaba vestido con un traje oscuro y parecía esperar a alguien. Sin pensarlo, cruzó al otro lado de la calle, pero el hombre la vio y, como si supiera que tenía algo que ofrecer, la detuvo.
—¿Rosarita, verdad? —le dijo con una sonrisa misteriosa.
El corazón de Rosarita dio un vuelco. Nunca había visto a ese hombre en su vida.
—¿Quién eres? —preguntó, con la guardia arriba.
—Alguien que te está esperando, por si algún día decides que este no es el lugar para ti.
El hombre, que se presentó como Javier, le ofreció una oportunidad que Rosarita jamás habría imaginado. Un trabajo en el que usaría sus habilidades para algo más grande que las horas en la tienda. Javier estaba conectado con círculos de la ciudad que controlaban el flujo de información y la influencia. San Andreas era un mundo de oportunidades, sí, pero también de peligros.
Rosarita pasó semanas pensando en esa oferta. ¿Qué tipo de persona se convertía en alguien como Javier? ¿Qué tipo de persona se adentraba en ese tipo de vida? Pero la verdad era que, al igual que la ciudad, ella también tenía un lado oscuro que nunca había permitido salir. Quizás, San Andreas era el lugar donde finalmente podría ser quien realmente era.
Una tarde, mientras caminaba por Grove Street, el famoso barrio de los Ballas, fue testigo de una confrontación entre pandillas. La violencia estaba en todas partes, y por un momento, Rosarita recordó la furia en su hogar, las discusiones interminables, los gritos… y se dio cuenta de que tal vez San Andreas no era tan diferente de su vida pasada. Quizás solo necesitaba aprender a jugar el juego, a manejar las reglas de este nuevo mundo.
En los siguientes meses, Rosarita se adentró más en la vida de la ciudad. Con el tiempo, comenzó a ganar respeto entre los que conocía, no solo por su habilidad para adaptarse, sino también por su inteligencia. No era una persona que simplemente reaccionaba a lo que pasaba; Rosarita pensaba antes de actuar, algo que la diferenciaba de muchos en San Andreas.
Aunque nunca olvidó su origen, ni las cicatrices de las peleas familiares que la llevaron hasta allí, San Andreas la transformó en alguien más fuerte. Ya no era la chica tímida que huía de los problemas, sino una mujer que, aunque marcada por su pasado, había encontrado una manera de navegar por el caos con una determinación renovada.
Así, mientras las luces de la ciudad brillaban en la distancia y el ruido de los autos y las sirenas llenaban la noche, Rosarita caminaba por las calles de San Andreas sabiendo que este lugar, para bien o para mal, había dejado de ser solo un refugio: era su nuevo hogar.