Nací en un pequeño pueblo, tranquilo y apartado, donde las calles de tierra y las casas con verjas oxidadas eran lo normal. Paleto no tenía mucho, pero tenía lo suficiente: silencio, rutina y vecinos que se saludaban aunque no se conocieran del todo. Crecí con mi madre, una mujer fuerte que trabajaba el doble y hablaba la mitad. Aprendí que el respeto, la palabra y el esfuerzo diario valían más que cualquier lujo.
Desde joven sentí la necesidad de cuidar lo que me rodeaba. Si alguien se metía con otro, yo era la que se interponía. No por valentía, sino porque no soportaba la injusticia.
A los 16 años, empecé a trabajar en pequeños empleos: repartiendo paquetes, ayudando en tiendas y haciendo encargos menores. Eran trabajos simples, pero me enseñaron disciplina, compromiso y orgullo por lo que uno hace, por más pequeño que parezca.
Con 18 años decidí mudarme a The City. El pueblo me quedaba chico, y sentía que ahí afuera había algo más esperándome. Llegué con poco, como muchos. Me las arreglé como pude: trabajé en tiendas, ayudé en eventos, fui conductora y repartidora. Esos trabajos me pusieron frente a situaciones que no se aprenden en libros: conflictos callejeros, personas desesperadas, peleas inesperadas… aprendí a mantenerme firme sin perder la compostura.
Poco a poco, conocí a gente de la calle, personas que me enseñaron a moverme entre sombras. Mi primera banda fue el Círculo Carmesí, donde descubrí que había otro lado de la ciudad: robos, armas, riesgos y decisiones que cambiaban todo. Aprendí rápido que sobrevivir no era suficiente; había que entender cómo funcionaba el juego, las reglas invisibles de cada barrio y de cada persona que cruzaba tu camino.
Después de un tiempo, el Círculo Carmesí se disolvió. La vida me empujó a buscar nuevas oportunidades y conocer nuevas personas. Estuve en varias bandas, explorando roles, aprendiendo de la calle, hasta que encontré mi lugar en el Cartel del Sur. Allí me hice más fuerte, más astuta, tomando roles de sicaria, conductora, mano derecha y sub-líder. Cada decisión contaba, cada acción dejaba una huella, y yo estaba decidida a dejar la mía.
Con el tiempo, la banda comenzó a decaer. Muchos se fueron, otros desaparecieron. Fue entonces cuando decidí caminar sola, confiando solo en mi instinto, escribiendo mi propia historia en The City. Aprendí que la calle no perdona, pero tampoco olvida; que la reputación vale más que el oro, y que la fuerza real viene de mantener la cabeza fría mientras todos alrededor pierden la suya.
Hoy, sigo aquí, observando, aprendiendo, mejorando. No tengo todas las respuestas, pero sé quién soy, en qué creo y qué quiero dejar atrás. Cada calle, cada noche, cada decisión me ha formado. Y si hay algo que he aprendido, es que la ciudad no se conquista sobreviviendo… se domina.